La muerte de nuestros seres queridos en confinamiento

Marisa Espina/ abril 6, 2020/ Psicología/ 0 comentarios

Estos días de confinamiento nos llega la triste noticia de miles de personas que no han logrado superar el coronavirus y han fallecido. Leer o escuchar en las noticias las circunstancias de su muerte acrecienta nuestra preocupación por nuestros familiares, ancianos o no, porque esta enfermedad no está respetando a nadie. 

El estado de alarma sanitaria nos ha confinado en nuestros domicilios con la orden de no salir a la calle para intentar detener los contagios. Aquí aparece el drama que estamos viviendo. Aquellas personas que viven solas en sus casas porque se han quedado viudas, solteras, separadas,… padecer esta enfermedad les provocan una situación angustiosa, difícil de sobrellevar en soledad y sin nadie que les pueda acompañar.  

Si uno cae enfermo se encuentra solo. Solo ante una enfermedad contagiosa que obliga a los que atienden (personal sanitario, familiares, amigos) a guardar unas medidas y cuidados anti-contagio que impiden ese trato cercano, esos abrazos, esos besos, cogerse de la mano, tocarse,… esas muestras de cariño, próximas que tanto solemos utilizar en nuestra cultura. Se quedan solos y aislados en la enfermedad, en el hospital, en las residencias o en casa, sin la compañía y el cariño de sus familiares y amigos.

Si por desgracia sobreviene la muerte de un ser querido, sin haber podido estar presente en su final, esto puede generar sentimientos de dolor, rabia, culpa,… Tramitar el duelo y la pena que nos acompañan en estas circunstancias es difícil de soportar. No poder estar presente en el final de la vida de nuestra persona querida supone un inmenso desconsuelo. A esto se añade además la imposibilidad de llevar a cabo la despedida mediante su funeral. Momento en que nos encontramos con nuestros familiares y amigos que vienen a dar el último adiós, a acompañarnos en este triste trance y que nos ayudan a superar la tristeza. Una despedida sin abrazos, sin besos,… puede suponer una dificultad para poder llevar a cabo el proceso de duelo.

Sin embargo, todas las personas que hemos sufrido la muerte de un familiar cercano (padre, madre, abuelos, hermanos, tíos,…) sabemos que, a pesar de no estar con nosotros, permanecen en nuestro corazón y en nuestra mente. No los olvidaremos nunca. Recordamos cómo eran, qué les gustaba hacer, qué nos enseñaron,.. En nuestra casa, sus fotos con nosotros y con las personas allegadas son un canto al recuerdo, a revivir los momentos compartidos juntos.

En estos momentos no se pueden celebrar las exequias con familiares y amigos como nos gustaría pero las podemos posponer para un futuro más o menos cercano. Cierto, es una despedida triste y amarga, sin el consuelo de los abrazos y besos, llorando en soledad. Sin embargo, nuestros familiares y amigos nos acompañan en esta travesía en la distancia, con mensajes de cariño y afecto a través de sus llamadas telefónicas y vídeo llamadas. Un pequeño consuelo a nuestra gran pena.

Estar cerca de nuestros seres queridos en el momento de la muerte para despedirnos y acompañarlos en su último adiós es algo que todos nosotros deseamos hacer. Esta enfermedad nos ha robado ese momento, nos ha impuesto una soledad que no queríamos. Los creyentes encuentran el consuelo en su fe y los no creyentes pueden encontrarlo mediante un acto que encierre un valor simbólico como leer un verso, escribir una elegía,… para despedirse sin rabia. La persona ha fallecido pero sigue existiendo en nuestro corazón y en nuestra memoria, está dentro de cada uno de nosotros. Podemos hablar con ellos y pensar qué nos dirían, es la enseñanza que esa persona nos dejó.  

  • “Cuando mi voz calle con la muerte, mi corazón te seguirá hablando” (Rabindranath Tagore)

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