Duelo por la muerte de un ser querido
El Duelo: tristeza, dolor y sufrimiento por la muerte de un ser querido
Cuando las personas que queremos mueren se llevan una parte de nosotros mismos. La muerte de un ser querido es dolorosa, nos cuesta aceptar que ya no estará más con nosotros, que su ausencia es para siempre. Una ausencia que nos deja solos, sin la función que cumplía en nuestra vida. Me gustaría empezar este artículo reproduciendo algunos párrafos del testimonio de Alba Rosa Fernández (2010).
“Considero que cuando muere alguien cercano parte de nosotros se va con él, lo que implica un dolor inexplicable. Durante el duelo pasaron por mi cabeza imágenes y pensamientos obsesivos, sentimientos de cólera y de culpabilidad, eran reacciones normales y de adaptación a esa pérdida.
En los libros he leído que la muerte es parte de la vida y tarde o temprano sucede. El problema es que no se enseña qué hacer con las pérdidas cuando nos toca vivir de cerca el proceso de la muerte de un ser muy allegado a nosotras. Con la experiencia de la pérdida comprendí que cada duelo es individual y particular, así que considero un error dar consejos y hacer comentarios huecos, sin sentido, como: “Debes ser fuerte”, “era tan buena persona”, “el tiempo lo cura todo”, “piensa que no sufrió tanto”.
Como católica sé que el que tiene verdadera fe y está convencido de otra vida que es eterna no necesita nada más. Que siempre es un hasta luego, no un adiós, que el dolor entrañable que se experimenta tras la pérdida es legítimo y demuestra el cariño, el afecto, el amor hacia el ser querido que ha fallecido.
La vida está llena de sorpresas, de momentos buenos y malos. Sin embargo, a veces, cuando se tiene que aceptar la pérdida de un familiar muy querido, que formó parte esencial de nuestra vida, como en el caso de la madre, se siente cómo el corazón se hace pedazos poco a poco. Se desea tener la potestad de retroceder el tiempo para pasar mejores momentos con ese ser que ha partido, pero ya es imposible. Sin embargo (fue mi consejo para mis hermanos), hay que superarlo y recordar los buenos momentos compartidos, las enseñanzas y los consejos que ella, en su inmensa sabiduría de mujer humilde, nos ofreció. A mis amigos les recuerdo que traten de vivir la vida al máximo porque cada momento es único e irrepetible y les aconsejo compartir
el mayor tiempo posible con sus seres queridos ahora, que están vivos”.
El duelo es un proceso normal, doloroso de elaboración de una pérdida, una respuesta adaptativa que suele producirse tras la muerte de un ser querido, una ruptura amorosa, la emigración a otro país… Pero a diferencia de una ruptura amorosa en que puede abrigarse una esperanza de reencuentro, en la muerte, en cambio, nunca.
No toda muerte supone un duelo, ya que es necesario que la persona fallecida tenga importancia y significado para nosotros. El duelo es el proceso de adaptación que se vive tras la pérdida de un ser querido. Supone una reacción emocional y de comportamiento con expresiones de tristeza, sufrimiento, desconsuelo, dolor, consternación, de diferente intensidad y duración.
Requiere un proceso y un tiempo de recuperación. Una serie de factores influyen para la elaboración del duelo: quién era para nosotros la persona fallecida, el grado de parentesco, la calidad de la relación afectiva, el valor y el papel que desempeñaba en nuestra vida, la duración de la enfermedad, el apoyo social, la fe religiosa, el haber pasado por otras experiencias de duelo. El paso del tiempo permitirá restablecer el equilibrio que se rompe con esa muerte.
Cada persona elabora el duelo de manera distinta porque todas las personas somos diferentes, nadie es igual a otro. En el duelo aparecen una variedad de sentimientos y emociones (tristeza, pena, dolor, rabia, desesperanza, deseos de morir), síntomas somáticos (pérdida de apetito, insomnio, mareos, etcétera). En ocasiones se pueden tener sentimientos de culpa relacionados con la creencia de no haber hecho lo suficiente para evitar la muerte o el sufrimiento, por no haberle cuidado más, por no haberle hecho feliz, etcétera. También, a la vez, se puede experimentar una sensación de alivio (especialmente, si la enfermedad ha durado mucho y ha exigido un cuidado constante y prolongado). Asimismo, puede aparecer irritabilidad contra terceras personas (médicos, enfermeras, familiares, etcétera). La intensidad de estos síntomas variará dependiendo de la personalidad de la persona, de la profundidad del lazo afectivo que le unía al fallecido y de las circunstancias de la pérdida.
El duelo y sus etapas

El duelo no es una enfermedad, es una etapa de la vida. Generalmente tras la muerte de un ser querido tenemos una sensación de vacío, tristeza, desconsuelo, dolor, rabia.
En general existen unas fases para elaborar el proceso de duelo.
En la primera fase, tras el conocimiento del fallecimiento del ser querido, la persona se encuentra en un estado de anestesia emocional y conductual, mecanismo de defensa de negación de la realidad de la muerte. La intención de este estado es suspender o anular lo que ocurre por ser demasiado doloroso. La persona no siente, está como congelada interiormente, actúa como un autómata, de manera automática. Esto suele suceder con mayor frecuencia cuando la muerte es repentina e imprevista.
Los rituales de despedida: el ver a la persona difunta, el asistir a los funerales, el oír hablar de cómo sucedió la muerte, el conversar con otros sobre ello, el compartir con las personas cercanas los recuerdos y los momentos vividos con el fallecido, el hablar de su enfermedad y de su muerte ayudan a salir del estado de anestesia emocional inicial.
La segunda fase es de protesta o rabia por la pérdida, se desea que la persona fallecida vuelva. A veces se culpa a otros por la pérdida como una forma de evitar el dolor y de tener que aceptar que la vida continúa sin su presencia cotidiana. La persona tratará de aceptar su dolor emocional e intentará adaptarse a su nueva vida sin su presencia.
Luego aparece la fase central del duelo, caracterizada por un estado depresivo y de retirada del mundo. La imagen de la persona fallecida ocupa por completo su pensamiento, le recuerda continuamente y rememora los detalles de su vida en común. La persona está en un estado depresivo, replegada en sí misma, sin interesarse por nada, siente que su vida está vacía, con un gran sentimiento de soledad emocional y social. Es consciente que la persona fallecida ya no estará presente en su vida nunca más. Siente un dolor inmenso, una angustia de muerte, un miedo a estar sola, la vida se le hace insufrible. Conforme pasa el tiempo, se suceden momentos de recuerdo doloroso con intentos de reorganización de su vida. Esta fase tiene una duración variable desde unos meses hasta años, dependiendo de cómo la persona pueda elaborar el duelo.
La cuarta fase y final supone una adaptación o reorganización, un restablecimiento. La persona se siente con fuerzas y energía para restablecer su vida de nuevo, para volver a sus rutinas y entablar nuevas relaciones. Es capaz de desembarazarse de los objetos personales del fallecido, conservando únicamente los más significativos. Poco a poco, el estado depresivo, el dolor y la pena van desapareciendo, la persona va retomando su vida. Puede recordar al fallecido como ausente, con cariño y nostalgia, su recuerdo ya no implica tanto dolor.
¿En qué momento finaliza un duelo?

No existe una respuesta única a esta pregunta. Elaborar un duelo lleva tiempo y la frase de que “el tiempo todo lo cura” es cierta. Además, cada persona es distinta y singular, no todas pasan el duelo de la misma forma ni con la misma duración. Dos señales indican que la persona se está recuperando de la pérdida: una, cuando puede recordar y hablar de la persona fallecida serenamente, cuando puede contar las vivencias compartidas sin llorar, sin dolor. Otra, cuando puede continuar con las rutinas de su vida, establecer nuevas relaciones y tener proyectos de futuro ilusionantes.
Las creencias religiosas y espirituales son relevantes en el significado que cada persona da a la pérdida de su ser querido. El sentir la presencia de la persona fallecida proporciona consuelo y ánimo para continuar con su propia vida. Además el apoyo emocional de familiares y amigos ayuda en el proceso de recuperación.
No obstante, el duelo puede complicarse y hacernos enfermar volviéndose en un duelo no resuelto, complicando su evolución. La diferencia entre un duelo normal y otro complicado es la intensidad y la duración de las reacciones. No se resuelve cuando nos quedamos enganchados a la pena, a la rabia, a la tristeza y al sufrimiento profundo que nos impiden volver a disfrutar de nuestra vida y se convierten en un obstáculo para la sana elaboración del duelo.
Precisamente si la pena y la tristeza persisten, a pesar de contar con el apoyo de los familiares y amigos y transcurrido un tiempo considerable, será necesario una ayuda profesional que acompañe a la persona, le conforte y le sostenga para elaborar y superar el duelo y pueda así retomar su vida de manera activa.
Resumen: el duelo requiere: de un tiempo para acostumbrarnos a vivir con el vacío que la persona ha dejado en nosotros y de un trabajo para atenuar el dolor de la pérdida y poder tener una nueva oportunidad en la vida. Para cada persona se trata de un trabajo singular, que le permitirá recobrar y reinventar su vida. Cerrar un duelo no supone olvidar y borrar de la memoria al ser querido, sino recordar sin dolor, seguir viviendo.

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